Tuesday, October 31, 2006

El Hombre con Botas

La tarde es ociosa, es la vuelta del trabajo, es preparar la noche, es comer, es esperar que el día termine. Mi tarde es ociosa, es controladamente triste, podría ser alegre tal vez pero no me interesa hacer ese esfuerzo.
El hombre con botas que cada tarde visita la plaza cercana a mi casa, aquella tarde se volvió loco. El hombre con botas que –me atrevo a decir- siempre, cada tarde, visita la plaza cercana a mi casa con ropa café, abrigo gris y botas viejas –cosas que lo hacen característico- de seguro se ha vuelto loco.
La tarde de ese martes, o miércoles, no recuerdo bien el día, pues esto que cuento ya tiene su tiempo, mas no importa pues el día que hubiera sido me habría parecido sorprendente. Digo esto porque para mí el momento en que encuentro al hombre con botas visitando la plaza cercana a mi casa, unificaba los días, los transformaba a todos en la tarde de uno de mis días. Exceptuando mis vacaciones fuera de casa.
La tarde de ese martes, o miércoles –ya dije que no recuerdo- fue como todas las tardes, ociosa. Caminé intentando aplazar mi llegada a casa hasta que lograse tener el hecho bien asumido. Porque para mí llegar a mi casa todas las tardes significaba que el día ya había terminado, y que por lo tanto ya no tendría nada nuevo que contarle a mi descanso, ahí tirado en mi cama, sólo, haciendo un recuento del día; recuento por lo demás muy similar al de los días anteriores, claro está, exceptuando mis vacaciones fuera de casa, aunque ahora que lo considero, creo que no hago recuentos diarios durante mis vacaciones.
Esa tarde de martes –diré que fue un martes- pasé a comprar unos pasteles a la panadería que no frecuento mucho pues se ubica en una de las rutas largas hacia mi casa, o más que larga, no corta. Hice la fila para pagar mis pasteles sin ningún apuro, había bastante gente, normal a esas horas. Caminé mirando a la gente, sobre todo a la gente muy alta, muy baja, muy gorda y muy flaca; también a la gente muy rubia o muy morena, de ojos muy claros o muy oscuros. En general, a toda la gente de extremos –en lo que a apariencias respecta. Tal vez por eso todos los días al pasar por la plaza miraba al hombre con botas. Sus botas eran las mismas extremadamente viejas de siempre.
Algunas tardes, esas que parecen menos tristes, hacía una venia de cráneo al hombre con botas, la que no puedo decir me devolvía, pues más que eso -y mejor-, perpetraba al unísono conmigo, y sólo en aquellas tardes que parecían menos tristes. Era como si el hombre con botas pudiera adivinar mi saludo incluso antes de que se hiciese acto, o como si para él, en una suerte de conexión conmigo, aquellas tardes en que nos saludábamos también le resultaban menos tristes que el resto de las tardes. ¿Por qué pienso esto?, porque muchas otras tardes (de las normales) en las que el hombre con botas interceptó mi mirada curiosa (la que propinaba diariamente a toda apariencia novedosa ante mis ojos), habiendo podido saludarme, no lo hizo, lo que me agraciaba, pues –ambos lo sabíamos- no se trataba de una de las tardes merecedoras de ese saludo simple -sólo de tardes menos tristes; esa venia de cráneo que nos hacía cómplices de lo que para cualquiera, o para muchos, podía resultar una estupidez, para mí significaba una instancia en la que ratificaba mi cordura respecto de mi percepción del mundo exterior (el interior es otro cuento).
Aquella tarde, ya lo he dicho, pero ahora lo enfatizo, el_hom-bre-con-bo-ta_se-vol-vió-¡lo-co!, ¡loco!, ¡estoy seguro de que así fue!.
Aquella tarde el hombre con botas no estaba en la plaza, no ha vuelto a estar. Convengo conmigo que se ha vuelto loco.

Thursday, October 26, 2006

AMELIA ARRIAGADA - Piloto Rally


Viajante.. Tasante

Wednesday, October 25, 2006

Desideria

Friday, October 13, 2006

y la que la la que la la la-ra-lá





















Y era mi cola choca de perro domado
de circo turco
de pocas palabras de muchos ladridos
de pocos amigos
de la que la la que no me dejaba no me debaja
salir del vagon más todavía si era circular
y sin salida ¿o no?