Monday, September 14, 2009

cuando el protagonista es poeta

TRANSICIÓN
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Porque a cualquiera puede pasarle, no es necesario que dé mayores explicaciones sobre el comienzo de esta historia.
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Pasó simplemente que desde niño este protagonista, concreta y precisamente éste, ha sido igual, sin cambios. Hablo con todo conocimiento de su infancia porque se acomoda perfectamente a su condición actual, y no al revés como podría suceder con cualquier otra persona aún no utilizada como materia prima literaria.
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Un personaje despliega en paralelo (o en flashes que oscilan) más de niño, joven y adulto de lo que una persona puede hacerlo.
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Cuando veía la naturaleza por la ventana se sentía naturaleza, y claro que lo era, pero tomaba especial consciencia de aquello cuando se instalaba a apreciar la naturaleza, por ejemplo: a través de una ventana. Cuando veía fútbol en televisión se sentía futbolista, baile: bailarín, canto: cantante, etc.
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Desde que comienza a leer textos a voluntad comienza a escribir.
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Con ninguno de los ejemplos anteriores comienza la historia que sigue.
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El protagonista salió a la calle para conversar con cualquiera dispuesto a lo mismo. La caminata fue instrumental en un comienzo, sin embargo a poco andar ya se sentía caminante, trotamundo imaginario, peatón de fe y mucha convicción, pero manteniendo siempre presente aquel espíritu que lo impulsó a salir de casa.
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Su primer blanco fue fallido: un jardinero sordo (tenía medio oído bueno) que regaba el antejardín de una casa grande refugiada a varios metros de la reja que daba a la calle. El hombre, además de sordo, veía muy poco y era analfabeto, creía en Dios, el Diablo, la Virgen y todos los santos; fue Católico, Evangélico Pentecostal y testigo de Jehová, pero actualmente postulaba a Mormón. Descrita sus afecciones físicas y religiosidad podrá entenderse que resultaba muy complejo hablar con él sin que fuera a gritos y asumiendo todo un rosario de creencias mágicas y leyendas rurales, tales como el pacto con el Diablo que mantenía un concejal del pueblo, cosa que nuestro protagonista –hoy muy criterioso- no pensaba tildar de absurdo, pero lograr destrabar y dar fluidez a una conversación como esa, habría significado adoptar una postura recargada de falsas palabras, con un hálito más condescendiente que verdaderamente espontáneo, por decirlo de algún modo. No era para un intelecto al fin y al cabo convencional.
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Pedir agua a una señora que habitaba la última casa de la angosta calle principal del pueblo, cuando agobiaban treinta y siete grados de calor, resultaba un acto convincentemente no premeditado (aunque así lo fuese) que terminó entrampando a nuestro personaje en veinticinco minutos de verborrea sobre el clima del pueblo, concretamente sobre la calor que hace en estas fechas, recuerdos sobre benignos veranos de hacía tres décadas y lo terrible que se han vuelto hoy en día.
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A pesar de lo poco gratificante que venía siendo hasta ahora la retroalimentación cultural, nuestro personaje no parecía aún agotado y decidió ser mucho más evidente respecto del propósito poético de su paseo.
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Es entonces en este momento preciso cuando el relato sufre un vuelco en ningún caso fortuito, ni mucho menos eludible. Pasó que de un momento a otro nuestro personaje comenzó a desenvolverse en poesía, y yo no tengo –como ya he dicho, pero ahora aclaro- nada que hacer al respecto, simplemente tratar de seguir siendo un buen descriptor de los hechos que prosiguen, cosa difícil si digo ya sin más rodeos que nuestro personaje ya no camina sino que flota sin dirección precisa como una impureza orgánica, tal vez un trozo de hoja seca, que se ha entregado absolutamente a la ineludible, confusa, penetrante y envolvente seducción del viento.
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Viendo sistemas solares en cada árbol frutal y teniendo diálogos mudos, tan profundamente íntimos, con cada jirón de paisaje que desgarraba azarosamente con su mirada, en un fluir que habría sido una maldad interrumpir, se funde la historia.
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Y ahora el poeta arremetía contra la isla más codiciada por el hombre, el horizonte virgen que nadie, cualquiera sea, ni siquiera un ser alado, jamás podrá alcanzar. Mas todo capricho resultaba indomable para nuestro personaje, quien desde la cima de los casi mil metros del cerro emblemático en el pueblo, vive el vértigo que el lector a lo menos una vez habrá vivido al echar un vistazo en el abismo desde el balcón o ventanal de un edificio moderno; ese temido deseo de lanzarse al vacío, una clara reminiscencia que prueba la teoría del hombre alado alguna vez poblador de la tierra y el cielo.
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Un descubrimiento casual, tan casual como el devenir de nuestro poeta disgregado, ya con el tiempo ni a favor ni en contra, ni a la velocidad de la luz, ni detenido, sólo haciendo de las suyas, remecido y derribado por el movimiento telúrico de esa poesía a la deriva que tanta falta hace en estos tiempos (más que como escape, como un verdadero cable a tierra) en que todo cae a pedazos y es normal. Por eso, creo yo, nuestro personaje volcó su voz hacia su sangre y escupió un sordo ¡que más da! que envenenó hasta el meñique de su pie izquierdo y luego lo hizo brincar fuera de esta galaxia. Y así, con todo felizmente alborotado, con lágrimas que podían masticarse brotando desde sus ojos y una sonrisa tallada en su rostro, nuestro personaje, aun vibrante y con la piel plateada, como un pez de metro ochenta que vuelve a morder el anzuelo, no por engaño ni descuido, sino simplemente porque así tiene que ser, se permite así mismo y permite al mundo volver a la normalidad, y retomar su faena, pues su alma reposa plena en lo hondo de su pecho, latiendo agradecida de esa oxigenación vehemente llamada poesía, que brota día a día en el granizo y en un huérfano rayo de sol que murió en la tierra luego de escabullir hojas de álamo y de higuera, se absorbió, se hizo negro, y al tiempo volvió a relucir en flor de patio o de pradera, esa crujiente pradera de verano que se extiende siempre más allá de cualquier pueblo o cualquier ciudad, esa pradera que ahora mismo va pisando nuestro personaje mientras se acerca sonriente a saludar a un hombre con chupalla que descansa bajo un sediento sauce crespo de metro y medio.

Wednesday, September 09, 2009

la gran caída

la oscura y permanente
la que viene y se va para evadir la costumbre
haciendo de cada reaparición un poste que sale
por la boca y los ojos navegando mi imaginación
en lento e imponente vuelo crepuscular
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cae todo un calabozo y yo dentro
el poste se aleja en el espacio
yo casi descompuesto del apéndice al índice
me curo en caída floreada
por el sueño mediocre y atenuante
de una primavera pendiente
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me metí a una cueva
porque no me gusté
mirando desde fuera
pero no hay exterior valedero
si no está sujeto a las entrañas
por muy despeinado lleve el pelo
quizás lo contrario es más llevadero
que hacer leña de mis piernas quebradas.

Tuesday, September 08, 2009

el vino en rengo, o, la ciudad de rengo

El vino en Rengo hace mal porque cura, cura porque se toma más, no por todos los demás sino por mí. Los demás toman pisco.
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La gente en Rengo no tengo idea como es, conozco muy poca aun y de un círculo pequeño como para atreverme a hacer una descripción generalizante; más aún, creo que eso jamás lo podré hacer.
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Un renguino me dijo que Rengo era ciudad cuando yo le dije que era pueblo. Creo que Rengo es ciudad porque me lo dijo un renguino.
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Rengo es una ciudad poco atractiva, pero hay suficiente movimiento de gente, suficientes caras nuevas (miles de caras nuevas) y amistad no difícil de conseguir. Aunque lo último no me parece una característica especial de Rengo.
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Mi vida en Rengo no ha sido tranquila como lo imaginaba para los primeros meses, ni introspectiva como lo esperaba. Rengo es lo que soy y soy esto en cualquier parte, por lo tanto todos los lugares son iguales, es decir todos los lugares son Rengo.
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Cualquier cambio que pudiese ser atribuido a Rengo, yo lo atribuiré principalmente a los cambios que ha sufrido mi vida, mi independencia, mi soledad, mi casa, mi trabajo y mis decisiones.
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Las putrefacciones sociales suelen acentuarse en sociedades limitadas en número, donde sus habitantes se relacionan viciosamente por diversas carcazas culturales facilitadas por la estrechéz territorial, densidad social y alienación mental de los postulantes a componer una organización saludable mermada en su primer intento genético.
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¿Una tacita de té? -¡Cómo le ofreces té!, dale algo más interesante, no sé, un vaso de bebida por último.
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Gracias.