Saturday, November 22, 2014

y me desconocí para siempre

Trato de distinguir a los desconocidos entre ellos, sólo mediante criterios espontáneos que surgen de mi apreciación inmediata, antes de contagiarlos de mí, y entonces solo verme a mismo en los demás.
Estoy presente en cada objeto, en cada mirada que responde a la mía. Lo verdaderamente difícil es distinguirme a mismo cuando respondo al mundo separándome de él.
Los amigos entre la multitud son un misterio distinto; respecto de ellos surgen interrogantes débiles, porque la puerta al reconocimiento mutuo está abierta desde un momento difícil de recordar. En conclusión, el espacio vincular entre dos personas no reconoce el tiempo, prescinde de él, es eterno, y aún disipado, persiste hasta la muerte de todos quienes interceptaron momentos dados entre ambos, incluso los desconocidos de siempre, tan útiles para desaparecer de a poco sin dejar de ser totalmente.


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Monday, November 10, 2014

lejos la peor




cerca la mejor


Tuesday, November 04, 2014

Sobre el ocaso de la conciencia, disolución del Yo y flujo de la energía.

Después de sepultado el cuerpo inerte, la consciencia inicia una etapa de transición hacia la pérdida del Yo que ahora agoniza (sin dolor), escurriéndose por los espacios biológicos aún frescos del cuerpo, esos más resistentes a la descomposición, donde algunas células siguen vivas produciendo pelo y uña.
No podría precisar si en ese momento seguimos existiendo como lo determinó nuestra familia y el registro civil, pero algo de la esencia de ese individuo estandarizado por el mundo sigue pululando en espacios recónditos, no visibles (que no es lo mismo que invisible), aún ya convertido en ciudadano de la eterna muerte.
No puede ser todo tan fácil, que dios no exista no significa que no existan espacios intermedios entre la vida y la muerte. Y si dios existe tampoco.

"Polvo eres y en polvo te convertirás"

Creo que jamás fui ni seré polvo. Pésima frase, muy concreta, y no alude al yo, con suerte al cuerpo. Ahora bien, algo de cierto tiene, pues ese polvo resulta el engrudo indivisible por el que la energía en libertad de cuerpo transita, entre lo que queda de cuerpo y todo lo demás alrededor, ese compost en el que nos vamos convirtiendo hasta la completa disolución. 

Hay un momento, en que aún sin haber dejado de ser totalmente, ya perdido el límite corporal, existe un flujo energético entre el cuerpo que se descompone y el resto del universo en el que se funde, y entonces, por un periodo posiblemente medible, nuestro cuerpo y alma se conciben infinitos, el mismo y único infinito que los volverá indistinguibles y exentos de su recién fallecido componente imaginario, ese que paradojalmente los hizo reales (distinguibles) y unificados por algún tiempo y para nunca más: El Yo. Es este el momento de la liberación total del espíritu, ahora abierto a todas las posibilidades de existencia posteriores, a todas en conjunto y a cada una por separado, menos a la anterior, única e irrepetible. Esa que ya va de camino al olvido: el muerto, el Yo.