Wednesday, May 19, 2010

crush (on)

Crush (on), es el primer libro (novela a mi entender) de una buena amiga, cuya identidad no debo revelar, aunque quiero hacerlo.
A continuación os presento -como primicia- el prólogo de Crush (on), redactado igualmente por su autora, a quien desde ya deseo éxito, y por supuesto también envío un saludo.
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Las diferentes historias presentes en este libro, nacen casi sin querer ser notadas. Se esconden entre los recuerdos de adolescencia de los miles de personajes que llevamos dentro y un sueño que quiso ser olvidado en el primer bostezo matutino.
La autora de este libro ha preferido quedar en el anonimato y relatar los sucesos, a veces de forma un poco ficticia y otras veces plasmando la más cruda verdad. Todo con un único objetivo, quizás un poco pretencioso; Dar esperanza. Mirar el camino con un matiz más claro y al menos con un mínimo gramo de disposición.
DISPOSICIÓN, es la gran palabra que busca quedar plasmada en cada línea de este libro que ha costado tanto llevar a cabo.

Al momento en que estas historias empezaron a intuir en lo que se convertirían más tarde, al unísono dijeron: “No, gracias, no se moleste”. El verse a sí mismas escritas en un papel sería algo terriblemente incómodo para ellas, desgastante, abrumador e incluso humillante. Pero fui insistente. Insistí e insistí hasta que al fin las convencí. Traté poco a poco de sacarles el miedo a ser descubiertas, hasta que finalmente lograron mostrarse. Digo lograron, porque no fue mérito mío, sino que de ellas mismas.
Al principio fueron apareciendo muy tímidamente. Detrás de las puertas. Entre la niebla y el frío de la noche. En ese instante del sueño en que no se sabe qué es realidad y qué no lo es. Luego, como en un danzar de cisnes sobre el agua clara; Suave, melodiosa, sofisticada. A veces molesta, trágica, disociada entre sombras y reflejos, disimulando y maquillando su color en tonos más destellantes. Pero al final siempre terminaba por descubrir su verdadera naturaleza. Acababa por entender lo que querían entregarme. Sí, la verdad duele (dicen), pero al fin y al cabo siempre es mejor que una mentira disfrazada de verdad.

Magdalena, Elisa, Ángela y Sara son amigas mías, muy buenas amigas mías, que dormían en mi memoria apaciblemente pero siempre haciéndose notar. Sí, dormían, pero había días en que podía sentir sus pataditas, como un niño que aún no nace y que se manifiesta desde el vientre de su madre. Dormían sin que nadie las molestara, sin que yo siquiera me atreviera a darles a veces un remezón que las dejara aturdidas, hasta producirle ganas de no querer entrar más dentro de mi, aunque sabía en el fondo, que ahí estaban, esperando, silenciosas, desde el otro rincón del mundo, del inconsciente, ese espacio paralelo que tardamos tanto en darle la bienvenida. Desde ahí descansaban y se retorcían dentro de un sueño del que fueron poco a poco despertando.
No se mostraron todas al mismo tiempo. Mi primo y yo conversábamos sentados en la terraza de su casa en una calurosa noche copiapina. Con un cigarro en la mano, le dábamos la vuelta a la vuelta, decididos a encontrar alguna historia apasionante que mereciera ser contada en un concurso de guión cinematográfico que se realizaría en Valparaíso en el 2006.
Él me hablaba de extraterrestres y personajes que tenían una información secreta que nadie podría saber para evitar así, el fin de la humanidad. Yo lo escuchaba y miraba el agua clara de la piscina mientras prendía otro y otro cigarro para ver si en una de esas se me prendía el cerebro.
A la mañana siguiente, cuando todas las historias parecían agotadas, ordinarias, y cuentos que solo conducían a lugares comunes y repetidos, tropecé con la primera.

Su nombre era Elisa, me pidió que no la dejara sola aunque terminara el taller. Era necesario y absolutamente preciso, darle la importancia que merecía. No podía ella, un ser aparecido desde las más profundas aguas de mi memoria, presentarse de manera tan teatral, para luego dejarla tirada como si nada. La tomé entre mis brazos. La miré. La quise.
La segunda, vino un día en que conversaba con la primera. Elisa me hablaba y repetía una y otra vez acerca de cómo quería que contara su historia. Yo ya casi no la escuchaba. Me hacia la tonta y tarareaba una canción desconocida hasta para mi. Uno de esos cánticos que uno inventa cuando ya no quiere escuchar argumentos de nadie. Todo con el objetivo de que terminara por aburrirse, que se callara y me dejara tranquila por un rato. Me daba vueltas y vueltas su vocecita en la cabeza cuando Ángela irrumpió avasalladoramente dentro de mi cuarto de nueve paredes, pintadas hasta ese entonces de un blanco que encandilaba.
Ahí se quedó Ángela, sentada en un rincón mirándome irónica y despectiva, como queriendo llamar mi atención. Intenté ser indiferente, pero no se fue jamás.
Al principio no me gustó su forma de llegar. Demasiado dramática y exigente. Peleando por un espacio que aún no le pertenecía. Demandando tiempo y atención. Interponiéndose entre diálogos que solo eran míos y de alguien más. Con el tiempo me fui acostumbrando a su compañía extraña. Era como si un fantasma revoloteara; hacía todo tipo de cosas por espantarlo pero, cuando casi lo lograba, se escapaba. Finalmente terminé queriéndola de igual manera que a Elisa.
La tercera apareció poco tiempo después. Sara era la más fuerte de todas. Poseedora de un carácter con el que me era realmente difícil lidiar, quizás por el gran parecido conmigo. Debo confesar que en un principio me costó mucho lograr una comunicación real, como si en ésta oportunidad fuera yo el fantasma que se escabullía para no ser encontrada. Reconozco que fue inteligente y preocupada de no herir mis sentimientos. Cuidadosa de no ir más allá de lo que yo le permití. Luego, en un acto de deliberada despreocupación, dejé que hablara por sí sola, dándole un matiz único entre todo el ruido a nuestro alrededor.

Y la cuarta... bueno, Magdalena siempre estuvo ahí. Hablando por mi cuando yo no podía hacerlo. Cuando no quería hacerlo (no quise desde un principio) cuando no me quedaban fuerzas, ni ganas suficientes para seguir escudriñando ni pensando. Ni tratando de que no me importara.
Ha sido ella, Magdalena Soler, quien ha tomado el mando de mi voz para presentarse como la autora “virtual” de este libro.
La verdad es que no sé si habré dejado alguna fuera de mi cuarto. Siempre hay quienes esperan por ser descubiertos. De hecho en el momento en que escribo estas líneas, aún me pregunto si quedará alguna que no ha sido detectada.

En estas páginas no está solo mi voz. Existe una voz prestada. Es la voz de una tercera persona. Es la voz de Magdalena, quien habla a través de mí. La única capaz de separar su propia consciencia y pensamiento del mío. Es la voz de la persona que nos acompañara hasta el final de este cuento. Es ella quien narra las historias de Elisa, Ángela y Sara, que es a la vez su propia voz, la mía y la de muchas mujeres que son ustedes. Mujeres valientes que dudan, ríen, gritan, aman, lloran, tiemblan, gozan… viven. Esto es para ustedes.

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